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Un pueblo que no pierde sus raíces

By 15 junio, 2010Semana de Turismo

Los villaduqueños han vuelto a decorar sus calles, a escenificar los oficios antiguos, a mostrar su historia y a convivir con los muchos visitantes que estos días se han acercado hasta este municipio. Con un desfile de trajes típicos y una muestra de jotas tradicionales se ponía ayer el punto y final a la sexta Semana de Turismo Rural. La alcaldesa anunció los premios de los concursos de decoración de fachadas, calles y rincones típicos y también del día de la tapa.

El carácter afable, cercano y generoso de los vecinos de este pueblo ha quedado patente ya que pese a las inclemencias del tiempo han dado lo mejor de sí a quienes han acudido a visitar sus calles que tenían un colorido especial. Ayer, el público no dejaba de fotografiar los personajes de la vieja estación y de la fiesta de los Quintos colocados junto a El Verdinal en la Plaza Alejandro López Andrada; el huerto con los cochinos, las gallinas y el burro moviendo la noria de agua de la Plaza del Morconcillo o un recreado cine de verano en El Retamal.

El fin de semana ha estado marcado por la feria de oficios tradicionales y artesanales. Ayer, Rafaela, María y Pura vendían telas a la antigua usanza. Para atraer al público su grito de guerra era; «¡las telas a tres euros el metro y tres metros nueve euros, las matemáticas no fallan!». A su lado era posible comprar las más frescas hortalizas y te obsequiaban con una rodaja de sandía. Ya en la Plaza Duque de Béjar, no era difícil toparse con el Pregonero o con el Tostaero que aseguraba que «mi misión consiste en cambiar los garbanzos crudos por los tostaos y en la diferencia de peso es donde me llevo la ganancia». Y lo hacía sobre una bicicleta del año 1967 «con la que antes se iba a la era», y con su granillera. Aparte de los quesos, los embutidos y la cerámica el público disfrutaba con los cortes de helado en la vieja heladería o el pan con aceite de la cooperativa Nuestra Señora de Guía. Las cinco exposiciones también han sido un éxito. Entre ellas, la taberna en la que José Muñoz, rodeado de máquinas de los años 50, vendía un vaso de resol a un euro.

Antonio M. Caballero para Diario Córdoba

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