En Villanueva del Duque, en la ilimitada y mágica tierra de Los Pedroches, encontramos unos restos de antiguas explotaciones mineras marcadas hoy por el abandono e inmersas en un ambiente mágico donde todavía parecen oírse las voces de los mineros celebrando la festividad de Santa Bárbara en la ermita de San Gregorio y donde incluso, en la vieja estación del ferrocarril de vía estrecha Peñarroya-Puertollano, parece mantenerse la esperanza de ver pasar algún tren rezagado en un pliegue del tiempo.
Una de las características de Villanueva del Duque es la de haber sabido aunar en una misma materia estética la Naturaleza con los restos de las pasadas actividades industriales, como es la minería. Es muy sencillo descubrir a lo largo de su amplia dehesa de encinas, y entre sus bellos paisajes de sierra, las bocaminas y escombrera, los castilletes y chimeneas, los barrios obreros, las vías en desuso del ferrocarril, etc. Señales, huellas del tiempo, rincones poéticos que, sin duda, conceden al paisaje un innegable hechizo romántico de bella y serena desolación.
Villanueva del Duque llegó a ser, una de las principales explotaciones mineras de Andalucía y de España, por la gran cantidad de material (plomo, plata y blenda) que de sus yacimientos se extraía. Y a su alrededor, el crecimiento demográfico e industrial ha dejado profundas cicatrices y vestigios, huellas hondas e irreversibles sobre el paisaje circundante a una población de una belleza singular.
La señalización de algunas rutas mineras ha propiciado una recuperación de un patrimonio hasta hace muy poco tiempo subestimado y olvidado, cuyo valor paisajístico y estético supera todas las expectativas, ofreciendo éste un atractivo turístico para el visitante que llega a éste lugar cargado de magia y poesía.
Los dos cotos mineros más importantes, El Soldado y Las Morras, son el mejor hilo conductor para poder seguir las huellas históricas del patrimonio industrial y minero de la zona, un testimonio en definitiva, de la memoria colectiva, tan abundante en ésta comarca, que solo podemos mostrarlo sucintamente, aunque revestido de todo su lírica mansedumbre.
El resto, sin duda alguna, debe ser descubierto por uno mismo derramando una mirada estética y espiritual a su alrededor.